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FARC-EP, 51 años de lucha por la paz

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Las FARC-EP celebramos este 27 de mayo un aniversario más de nuestro nacimiento en Marquetalia. Durante 51 años continuos hemos combatido a las fuerzas militares y de policía colombianas, a sus grupos paramilitares, a sus apoyos norteamericanos, británicos, israelíes y demás, con una impresionante asimetría de recursos de todo orden, movidos exclusivamente por nuestras convicciones, inspirados por nuestros mártires y sin alterar en un milímetro nuestros principios y objetivos. Y seguimos combatiéndolos, al precio de nuestra sangre y nuestras vidas, con el mismo coraje y disposición.

Nuestra lucha armada de más de medio siglo en Colombia ha sido la expresión particular de una lucha económica, ideológica y política universal, que enfrenta los poderes del capital, el latifundio y la violencia, contra las aspiraciones de los pueblos, los trabajadores y la paz. Nos alzamos en armas hace ya más de cinco décadas, porque en nuestro país las vías democráticas legales fueron cerradas violentamente para el ejercicio de la actividad política opositora. Porque pronunciarse contra la injusticia del sistema capitalista y la exclusión del régimen político vigente, fue convertido en crimen, porque la cárcel y la tumba se hicieron destino seguro, para quienes se negaran a seguir la voz de los partidos tradicionales de la oligarquía arrodillada ante el gobierno de Washington.

Las FARC-EP conformamos a lo largo de estos 51 años, una inmensa confraternidad de colombianas y colombianos de todas las regiones y culturas, de dimensiones y profundidad mucho mayores a nuestras estructuras armadas. Contamos con el sincero afecto y la solidaridad de muchos pueblos del continente y el mundo. Podemos decir, con orgullo, que son los elevadísimos grados de conciencia, combatividad y heroísmo de esa gran confraternidad fariana, los que nos han permitido hacer frente, sin amilanarnos jamás, a la más intensa arremetida ideológica, política y militar emprendida por el imperialismo, la oligarquía y sus aliados contra un pueblo de Nuestra América en toda su historia.

Las FARC-EP somos un partido político en armas, lo somos desde el mismo día de nuestro nacimiento. Teníamos en Marquetalia nuestras ideas y propuestas para las comunidades aisladas y colonias agrícolas derivadas de la amarga noche de violencia liberal conservadora. Pero ante la enorme arremetida de que fuimos víctimas en mayo de 1964, por orden del Presidente Guillermo León Valencia y en ejecución de los planes del Pentágono, elaboramos en medio de la confrontación, una sencilla declaración que denominamos Programa Agrario de los Guerrilleros, en la que quedaron plasmadas las razones de nuestra histórica lucha, la naturaleza de nuestros objetivos y la necesidad de conformar un gran movimiento nacional por los cambios urgentes que requería el país.

Durante más de cinco décadas, hemos dado a conocer infinidad de documentos contentivos de nuestros planteamientos para Colombia, siempre aborrecidos por los dueños del poder, distorsionados y manipulados por los grandes medios, perseguidos por todos los aparatos de muerte y terror. En el largo camino emprendido hacia la materialización de la paz, cada vez que las FARC-EP nos hemos sentado a una Mesa de Conversaciones con el gobierno nacional, hemos dado a conocer al país y al mundo nuestros pensamientos y aspiraciones para Colombia. Así lo hicimos con la plataforma política que sirvió de lanzamiento al movimiento político Unión Patriótica, al igual que en las múltiples Audiencias Públicas celebradas en el Caguán. Asimismo obramos hoy con las propuestas mínimas sobre cada uno de los puntos de agenda de La Habana.

Nuestra preocupación principal a lo largo de estos 51 años de lucha ha sido la conformación de un gran movimiento político que se constituya en verdadera alternativa de transformación democrática para el país. Un gigantesco torrente de masas que tenga la capacidad de arrinconar la oligarquía dominante en Colombia y arrebatarle el poder. Siempre hemos creído que la toma del poder es impensable sin la participación activa y decisoria de las masas populares organizadas, y a ese propósito hemos dedicado la parte más importante de nuestros esfuerzos. La avaricia del imperialismo norteamericano y de la oligarquía dominante en Colombia, les ha hecho ver en cualquier líder u organización social o política de oposición, a un verdadero peligro para sus intereses, al que hay que quitar del medio de modo ejemplarizante. Eso explica el desangre ininterrumpido de nuestra patria.

No hemos dejado de asimilar nunca la idea de la paz con las de democracia y justicia social. Porque la pobreza y las carencias, las inequidades propias de la desigualdad social y los privilegios políticos, son la principal fuente de inconformidad y protesta contra un régimen. Los pueblos, las clases desfavorecidas, reclaman por sus derechos cuando se los niegan o conculcan, se organizan políticamente en la oposición cuando se les conceden las garantías para hacerlo. Pero si se les impide organizarse como oposición, si se los persigue, encarcela y asesina por poner de presente su inconformidad, esa violencia, esa negación absoluta de la democracia, esa institucionalización del crimen y el terror se convierten en el principal alimento de la rebeldía, en la causa principal del alzamiento armado y la guerra.

Las FARC-EP somos oposición política alzada en armas, porque la violencia y el terror de Estado imperantes en Colombia se han encargado de proscribir las expresiones políticas de inconformidad con el régimen. Lo que reclaman los ecos de nuestros fusiles es el derecho a la vida de todos los colombianos que no creen en las bondades del sistema, es el derecho a expresar las ideas libremente y a hacer política con ellas, sin que les metan dos disparos en la nuca en la puerta de su casa. Ningún país del continente, ni siquiera aquellos del cono sur que soportaron por años horrendas dictaduras, cuentan en su haber con un número tan impresionante de víctimas de la violencia estatal como las que cuenta Colombia, de cuya estabilidad democrática se ufanan con verdadero cinismo sus clases dominantes.

El exterminio de organizaciones políticas completas, el elevadísimo número de asesinatos políticos, la desbordada e impune acción de grupos paramilitares y bandas de sicarios, la aterradora lista de masacres, desapariciones, montajes judiciales, despojos violentos de la propiedad, desplazamientos forzados, amenazas y destierros, la ocurrencia cotidiana de la brutalidad policial represiva, falsos positivos y operaciones militares de terror, imputables todos al Estado, a sus altos funcionarios y mandos militares y policiales, apoyados por gobiernos extranjeros, altos empresarios, dirigentes políticos tradicionales, terratenientes, grandes medios de comunicación y sectores de la iglesia católica, no pueden ser disimulados ni justificados. Se trata de verdades que prueban de modo indeleble la ausencia de una democracia real en nuestro país, y son por tanto la causa principal a atender y solucionar en la búsqueda de la paz.

No olvidamos las vidas arrebatadas a nuestros compañeros de lucha y a nuestro pueblo durante todos estos años, al tiempo que expresamos nuestro afecto y solidaridad con los camaradas heridos, lisiados de guerra y afectados por enfermedades. Nos duelen nuestros prisioneros y prisioneras de guerra, que soportan el trato cruel e inhumano en las cárceles del país y el exterior, sin defeccionar en su sueño de revolución y socialismo. Para ellas y ellos nuestro abrazo y nuestro aliento. A la población civil afectada por las represiones, desplazamientos y demás crímenes del militarismo fascista, dentro de los que cabe incluir la persecución judicial, nuestro sentimiento de hermandad y nuestra decisión de luchar hasta el final por ella. En este 51 aniversario, reiteramos que sin los derechos a la vida, la integridad personal y la libertad de los opositores, sin la vigencia de garantías ciertas para el ejercicio de su actividad política, sin el resarcimiento de sus derechos violados, es inútil pensar en la finalización del conflicto.

Del mismo modo volvemos a insistir en la torpeza que significa pensar que el conflicto colombiano terminará por la vía de la fuerza y el sometimiento. El imperialismo y la oligarquía debieran entenderlo ya tras 51 años de intentos frustrados. Las FARC-EP siempre hemos sostenido que la solución es política, por vía de las conversaciones, mediante un acuerdo que ponga fin a las causas que originaron y alimentan la confrontación. Este aniversario coincide con un conjunto de avances importantes en ese sentido, alcanzados con el gobierno de Juan Manuel Santos. Aun considerando la fuerza de las salvedades pendientes, es incuestionable que lo acordado en materia de tres puntos de la Agenda carece de antecedentes y abre las puertas al optimismo. Avanzan las discusiones sobre el punto de Víctimas y paralelamente trabaja la Subcomisión de cese el fuego y fin del conflicto, en la que por primera vez en la historia se sientan a la mesa, a dialogar con respeto, importantes mandos de las fuerzas armadas enfrentadas durante todos estos años.

La Mesa de La Habana ha abierto las puertas a las más diversas representaciones de las víctimas, incorporado la visión de género, producido el Informe de la Comisión Histórica, celebrado por vez primera un acuerdo humanitario de descontaminación de explosivos. Ha implicado el reconocimiento a las FARC-EP como organización política y validado tal carácter ante la comunidad internacional, representada por los países acompañantes y garantes del proceso, el que a su vez ha recibido las más diversas manifestaciones de apoyo, entre las que cabe destacar el nombramiento de enviados especiales por parte de los gobiernos de los Estados Unidos y Alemania. También, y lo que es más importante, ha despertado un amplio debate nacional en torno al significado de la paz y las aspiraciones del pueblo colombiano, el cual se ha movilizado en forma multitudinaria en respaldo a la solución política, el cese el fuego bilateral y la Asamblea Nacional Constituyente.

El conjunto de lo expuesto da lugar al más positivo de los ánimos con relación al logro de un Acuerdo Final completamente satisfactorio para ambas partes, capaz de conseguir la refrendación de las grandes mayorías nacionales y digno del reconocimiento internacional. Las FARC-EP consideraríamos como una gran victoria para el pueblo colombiano la suscripción de ese Acuerdo Definitivo de Paz, a cuya elaboración consideramos urgente la vinculación del Ejército de Liberación Nacional y el resto de la insurgencia revolucionaria consecuente. Por eso reiteramos hoy nuestra decidida disposición a alcanzarlo, siempre que se entienda como el concierto de dos voluntades, y no como el sometimiento de una de ellas al imperio de la que se considera más fuerte, porque puede bombardear desde el aire y matar de una vez, cobardemente, decenas de sus adversarios.

Al optimismo y la fe expresados en la consecución de un Acuerdo Final no dejan de atravesarse sombras siniestras, a las que consideramos el pueblo colombiano, movilizado en formas distintas, debe cerrar el camino con firme decisión. La primera de ellas es la promoción y expedición de normas constitucionales y legales que el gobierno nacional sabe van en abierta contradicción con lo pactado y lo pendiente de pactar en La Habana. Lo previsto en materia de tierras y política de explotación de recursos naturales en el Plan Nacional de Desarrollo imposibilita la ejecución de acuerdos puntuales firmados en la Mesa de La Habana, del mismo modo que ocurre con reformas de corte más antidemocrático aun, previstas en el llamado equilibrio de poderes.

Con independencia de la Mesa de Conversaciones, el gobierno insiste en aprobar un marco legal para la paz y una justicia transicional, acordes con el interés exclusivo de ciertos sectores comprometidos hasta los huesos en los más diversos crímenes, al tiempo que adelanta una campaña general de propaganda en torno a las condenas y penas imponibles a los comandantes guerrilleros, todo lo cual aspira a presentar como hechos cumplidos frente a los cuales carecerá de sentido abrir cualquier discusión. Eso sólo puede despertar dudas y desconfianzas.

La reiterada negativa a acordar un cese bilateral de fuegos propuesto desde la primera aproximación por nosotros, y su insistencia en conversar en medio de la confrontación hasta el último día, sólo puede interpretarse como la aspiración a obtener mediante ríos de sangre nuestra rendición en la Mesa de La Habana. Más cuando se desprecian nuestros gestos unilaterales de paz y se reacciona con escándalo, amenazas y emplazamientos a nuestra más que justificada respuesta militar. Buscamos una solución pacífica, civilizada y democrática a la guerra que nos fue impuesta hace 51 años, porque sabemos del dolor que ella causa a nuestro pueblo, porque entendemos que la muerte de las hijas e hijos de la misma patria se produce para beneficio exclusivo de las clases pudientes, porque sabemos que un pueblo reconciliado puede unirse y trabajar por un orden económico y social más justo y humano.
¡Hemos jurado vencer!… ¡Y venceremos!

SECRETARIADO DEL ESTADO MAYOR CENTRAL DE LAS FARC-EP

Montañas de Colombia, 27 de mayo de 2015.

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